En el instante en que el niño deja de ser niño y se transforma en un joven, niega haber sido niño para poder ser joven. Esta paradoja es fundamental para su construcción y abre la ruta del camino de su futura vida adulta. Cuando fue niño sus principales preocupaciones estaban en los entornos más cercanos. Reconocer a sus padres, reconocer los espacios, reconocer los primeros sentimientos de ira, compasión, amor, fraternidad, angustia, amistad, etc. Pero una vez se convierte en un joven todo lo que le gustó de niño empieza a molestarlo. Quiere, por todos los medios, abandonar esa etapa, que se le deje de considerar un pequeño, quiere empezar a tragarse el mundo. Como ya conoce a sus padres, empieza a separarse de ellos y cuestionarlos, los espacios de la casa le quedan pequeños y se echa a la calle con los amigos y amigas, los sentimientos de ira, compasión, amor, fraternidad se ensanchas y se hacen inmensos. Efectivamente ya no es niño y lucha porque se le reconozca como alguien mayor. De pequeño leía sus libros álbum y andaba con ellos agarrándolos de las hojas, dormía con sus peluches o juguetes preferidos, dormía en la cama de sus padres y la casa era el sitio más seguro. De joven se aleja de los libros álbum, guarda los juguetes y peluches en una caja y la abandona, ya no duerme con sus padres y la casa le empieza a picar y sale de ella porque no la aguanta. Sale a conocer el mundo.
Esta forma de comportarse es clave para nosotros los creadores y escritores de historias. No es un hecho que debemos pasar por alto. Si vamos a componer y diseñar historias para jóvenes tengo la certeza de que debemos reconocer esta paradoja y lo que ella implica en los gustos y en los intereses de los jóvenes. Como escritor siempre me he preguntado ¿qué historias voy a escribir? Cuando estructuro una historia para adultos reconozco los temas y caminos que debo transitar, lo mismo si escribo para niñas y niños. Pero, y aquí viene la pregunta capital: ¿qué escribo para jóvenes? El universo de las historias infantiles por fortuna ya tiene un gran recorrido y un especio seguro y ganado en la literatura, aunque no sobran los prejuicios y la ceguera que la califican como una literatura menor desvinculándola o poniéndola en un segundo o tercer plano en las ferias, los encuentros y las bibliotecas. Parece que para algunas personas solo la literatura para adultos tiene el peso suficiente y la complejidad comprobada, y solo ella es digna de entrar en las universidades, los círculos intelectuales y los estudios de respeto. Y es acá, desde esta focalización, en donde la literatura juvenil aparece todavía como una cosa sin forma. Reitero que las niñas y los niños tienen a sus autores muy serios y comprometidos con contenidos de calidad, igual que los adultos (aunque la calidad de sus contenidos sea cada vez más baja y lo que sí aumenta es su producción en masa). En cambio los jóvenes no tienen quién les escriba. La literatura juvenil camina por un terreno fangoso, endeble, adolescente. Igual que ocurre con los jóvenes. El joven empieza a caminar por una tierra lodosa, todo es endeble, todo es difícil. La adolescencia es una de las etapas más complicadas en la vida de las personas, llena de cambios y transformaciones, llena de peligros y caminos ciegos. Como escritor esta circunstancia me ha preocupado y para tratar de aportar propongo cuatro géneros y un lenguaje mediante los cuales los autores y autoras puedan abordar y trabajar para crear contenidos de calidad en ese momento tan dramático de las vidas adolescentes. Contenidos que puedan interesarles, que compitan con estos problemas que he citado, contenidos que los cautiven, hagan de ellos lectores, pensadores y a su vez conformen y ayuden en su construcción.
La aventura como tema de historias
El primero de estos caminos que propongo para trabajar y diseñar historias para los jóvenes es el género de la literatura de aventuras. En el arquetipo de las historias de aventuras el héroe tiene que abandonar la casa, enfrentarse a lo desconocido, dormir a la intemperie, recordar la casa y sentir nostalgia, sentir por primera vez el miedo que lo llevará a resolver los retos. El joven, en su interior, presiente que todo esto que he citado le va a pasar a él. Fernando Savater da en el punto y voy a citar textualmente sus palabras: “Hemos hablado de independencia y arrojo: es decir, de salir fuera, de romper con el calorcillo adormecedor y rutinario de un hogar donde el alma se constituye pero también se esclerotiza y asfixia. Palpita en los cuentos la constante tentación de la intemperie. Y recordemos que “tentación” es lo que atrae y repele juntamente, lo que seduce y espanta. El protagonista del cuento suele querer salir a “correr mundo”, a ver qué hay más allá de las montañas; en algunas ocasiones, quiere descubrir lo que es el miedo, presintiendo que el lugar del miedo son los confines del espacio y que todo lejano horizonte se prestigia con un halo tenuemente pavoroso: pero sabiendo también que el alma del hombre, para alcanzar la estatura que merece, debe afrontar al menos una vez el pánico de lo remoto. El hogar no basta: si el joven aventurero no lo abandona, nunca sabrá lo que es el miedo, conocimiento indispensable para su maduración, ni siquiera conocerá la nostalgia, algo que le hace aún más falta si cabe. Sin noticia del miedo ni de la nostalgia, nada podrá saber tampoco de la forma humana de habitar un hogar, que supone, ante todo, haber vuelto. Correr mundo es correr riesgos, asumir la posibilidad de perderse, ofrecerse una ocasión de extravío. Quien no ha estado alguna vez perdido, completa y atrozmente perdido, vivirá en su casa como un mueble más y ni sospechará lo que de hazaña y conquista tiene el sosegado edificio de la cotidianidad”. Lo que intento decir queda ejemplificado a la perfección en este pasaje. Si el joven experimenta la aventura desde la ficción, encuentra eco en lo que está sintiendo. Él quiere hacer lo mismo para tener validez en el mundo, para ser alguien y alcanzar una voz propia. Si los escritores trabajamos historias de aventura podemos entablar un diálogo con los jóvenes. Hay que multiplicar las islas del tesoro para los jóvenes de nuestra época.
El terror y la sombra que empieza a aparecer
El joven quiere recorrer el mundo, abandonar el calorcillo del hogar, ver con sus propios ojos y que no le cuenten los paisajes. Y en esa aventura en la que se enfrasca aparece algo fundamental para su construcción: el terror. Siempre me he preguntado ¿por qué Allan Poe gusta tanto a los jóvenes? Y creo haber encontrado la respuesta no desde el punto de consideraciones artísticas sino humanas. Resulta que el joven empieza a descubrir la oscuridad. Entiende que dentro de él hay oscuridad. Entiende que dentro de los seres humanos hay oscuridades. Los personajes de Allan Poe rayan en la locura, en el crimen, en los vicios. Cuando el joven los lee y los conoce descubre que dentro de él hay oscuridad. Ya no es un niño donde todo es luminoso, ahora es un joven y sabe que también el sol se oculta y la noche llega. Empieza a vestir de negro, a escuchar música en apariencia prohibida, a adentrarse en la noche. Todos los seres humanos estamos construidos de luces y sobras. El joven empieza a ver por primera vez esas sombras, empieza a enfrentase a ellas y la ficción que trata de estos temas le viene como anillo al dedo porque empieza a formularle preguntas. A decirle de lo que está hecho. Si escritoras y escritores desarrollamos contenidos teniendo conciencia de este hecho, de igual modo tendremos un diálogo con el joven. El terror es solo una excusa para decirle que en su interior hay dualidades y que lo que siente no es en ningún momento enfermizo sino tan normal como el día y la noche.
La rebeldía como libertad
Siento que un sinónimo de joven bien podría ser rebelde. Del mismo modo que el joven emprende una aventura personal, se interna en la noche de sombras, entiende que para poder ser él debe rebelarse contra el poder o la autoridad. La autoridad está inscrita en los símbolos más representativos y cercanos, los padres, el colegio, las normas, la religión, el establecimiento. Descubre que todos estos grandes poderes no lo representan, no lo oyen, van en contravía de su libertad. Rafael Chaparro Madiedo, Julio Cortázar o Andrés Caicedo son solo un ejemplo de escritores rebeldes. Para ellos, ni siquiera el lenguaje es confiable y empiezan a dinamitarlo. Construyen juegos de palabras, despedazan la lógica tradicional, se dejan llevar por la música, son contestatarios; todo de lo que puedan echar mano lo utilizan porque saben que dentro de los jóvenes la llama de la libertad está empezando a arder. Recuerdo que de joven, cuando leía a estos y otros escritores rebeldes, una llama se inflamaba dentro de mí y me sentía más vivo que nunca. Quería construir, tener voz una propia, valerme por mí mismo, ser escuchado y no simplemente obedecer. El diálogo que se entabla entre la ficción rebelde y el joven es sincero, directo y eficaz. La literatura rebelde me dejó la experiencia de la autonomía y estoy por completo seguro que si escritoras y escritores quieren comunicarse con los jóvenes, este género es una herramienta valiosísima para construir contenidos profundos y de calidad. Andrés Felipe Solano dice al respecto de Opio en las nubes: “Ese único libro bastó para que decenas de lectores jóvenes comprendieran qué significaba vivir en soledad y acercarse a la muerte en Bogotá a finales del siglo XX. Escrito con un lenguaje incendiario, desprendido, ingenuo y triste a la vez, con personajes que desayunan vodka y huelen a gasolina, donde a la calle 85 de Bogotá se le conoce como Avenida Blanchot, el puente peatonal que la cruza es un puerto y el barrio El Polo hace de mar, aquel libro se ganó una legión de adeptos por encima de la cólera de muchos críticos de salón. Chaparro había logrado retratar de una forma nueva su ciudad.”
El señor Drácula, pero no el estereotipo
Cuando Bram Stoker escribió Drácula y salió publicada en 1897, nunca se imaginó que su historia iba a ser adaptada más de 400 veces al cine, cientos más en televisión y miles más en fotonovelas y libros donde el vampiro es el personaje principal. Ese ícono fabuloso (pero de piedra) que inventó se convirtió en el arquetipo del mal. Siguiendo con el mismo análisis que llevamos, el joven también se enfrenta al entendimiento de fuerzas terriblemente destructoras incrustadas en el ser humano. Cada vez es más complejo su mundo, va abriéndose paso al inicio de la edad adulta. Mi propuesta no es tomar al icónico personaje y estereotiparlo una vez más para entregarle al joven un contenido que tal vez solo beneficie a la editorial y en menor medida al bolsillo del autor que hizo ese trabajo. Mi propuesta es tomar como tema las terriblemente fuerzas destructoras incrustadas en el ser humano y hacerlas comprensibles al joven. Que la experiencia en la ficción de estos temas le dé al joven las herramientas para su análisis. No quiero irme contra las sagas de vampiros pero creo que por ahí no es el asunto. El vampiro o Drácula son solo la punta del iceberg de lo que verdaderamente se tiene que comunicar para la reflexión del joven. Hay que devorar al vampiro, digerirlo y volverlo a rehacer con un diseño complejo y de calidad para los nuevos lectores. ¿Por qué él y no otro? Por lo que he venido exponiendo, porque representa a lo largo de la historia de la literatura esas fuerzas incontrolables desatadas. Siempre que abordo este tema voy a la adaptación hecha por Francis Ford Coppola, y su Drácula que llora y lo humaniza (ya no es de piedra) para encontrar el amor perdido entre el tiempo y espacio; o el infinitamente hermoso y poético Nosferatu de Murnau, que la familia de Stoker mandó a quemar por derechos de autor y que por fortuna se salvó una copia para la posteridad. Si se rediseña al personaje, el joven lo va a leer y va a experimentar esa fuerza descontrolada a través de la ficción.
Más que superhéroes en cuadritos
Por último, y para cerrar esta propuesta, voy a tocar un lenguaje artístico, el noveno arte para ser más exactos y demostrar que sí existen formas complejas, atractivas y de calidad para crear contenidos y entregárselos a los jóvenes sin subestimarlos. El cómic se ha convertido en el mundo en uno de los lenguajes artísticos de mayor crecimiento y complejidad, atrayendo a lectores de todas las edades (y sobre todo a los jóvenes). El cómic dejó, desde hace mucho tiempo, de ser exclusivamente un lugar para describir a los superhéroes y se convirtió en un espacio para narrar la complejidad del ser humano, su situación social, sus anhelos, sus victorias y derrotas. Se convirtió en un soporte lo bastante serio para estar al lado de la mejor literatura universal, llegando a ser conocido como el noveno arte. Literatura, cine, fotografía son otras artes narrativas. En clave de cómic podemos escribir todos los géneros anteriormente citados: aventura, terror, rebeldía (y muchos más). Y lo que me interesa del lenguaje es que une literatura e imagen. El joven lee dos lenguajes artísticos, está al frente de dos experiencias y su capacidad de análisis la pone en práctica. La imagen no es un adorno, un decorado vacío para entretener, hace parte de una estructura de composición que yuxtapone imágenes para lograr una sumatoria a través del montaje. No en vano Sergei Eisenstein, el teórico de la teoría del montaje y gran director de cine ruso hizo cómics. La literatura no es un resumen, no es un acompañamiento de los cuadritos dibujados, actúa como una síntesis muy elaborada de la historia, llegando a la idea de Antón Chéjov que dice que entre menos más. Y llega a tanto que a veces se va, no hay palabras escitas, pero hay historia, todo está implícito, como los diálogos que nunca se dicen en La joven del perrito pero que todos sabemos. El cómic comparte la profundidad de la gran literatura y el manejo inigualable de la imagen del cine. Adaptaciones literarias, cuentos, poesías, novelas, tesis, investigaciones, crónicas periodísticas, ensayos, biografías llegan a las páginas de un cómic. Mi experiencia personal ha sido llevar La vorágine, de José Eustasio Rivera, al cómic en clave de novela de aventura (trasgrediendo la aventura), y comunicarme con los jóvenes que llegan al libro, lo leen, y le dicen al profesor, “este libro me gustó, ¿no tiene otro igual?”. El cómic no hace más sencilla la experiencia lectora, no resume los contenidos, no ilustra la palabra. El cómic es otra experiencia para que el joven entre al mundo de la lectura y tenga un reconocimiento con los temas que a él le interesan. No soy dibujante, ese atributo me fue castrado en la escuela cuando algún profesor me dijo que dibujaba feo y yo me lo creí. ¿Acaso todos los dibujos tienen que ser bonitos? Pero el no saber dibujar no me impide diseñar y escribir historias en cómic para jóvenes. Por experiencia propia sé que el lenguaje le gusta a los jóvenes. Yo animo a los escritores y escritoras a crear contenidos en este lenguaje y llevarlos a los muchachos que con seguridad se los agradecerán.
Conclusiones
Para cerrar solo quiero decir que contar historias es una necesidad humana, un rasgo humano. Nacemos con la intención de contar historias, transmitir relatos que cautiven a la gente y en especial a los jóvenes, y que les proporcionen momentos de placer, esparcimiento, momentos de complejidad, un enriquecimiento intelectual. Pero escribir una literatura juvenil no tiene por qué ser un proceso separado y alejado del lector joven, más cuando se están creando unas narrativas que lo involucran.
Lo más importante como escritores de historias (literatura, cómic) es tratar de contar nuevas historias, sorprender a los jóvenes; ese es el punto clave para un escritor. Contar nuevos mundos es el reto de alguien que se enfrenta a escribir. ¿Por qué? Porque es en ese universo, que todavía no se ha hecho, en donde el joven se va a encontrar, se va a reconocer y se va a quedar. Una historia novedosa hace que el joven intime con esa parte que le vamos a proponer, que entre en ese juego. Si el joven no oye lo que escribimos, si no entabla un diálogo con lo que hacemos, estamos fallando y le estamos escribiendo a un joven fantasma, a una idea del joven, a un joven que desconocemos y del que no nos interesa nada salvo que nos lea por pura vanidad nuestra.
3 de junio de 2019